..Una vez más..los perros judíos metidos en todas las mierdas habidas y por haber...

viernes, 23 de mayo de 2014

La Destrucción de Israel

Si Europa debe levantarse, habrá de saber identificar a su enemigo, y dicho enemigo es el sionismo, la extrema derecha judía enquistada en los grandes poderes económicos y financieros que irradian en torno a Wall Street sobre el entero hemisferio occidental. A éstos, los sionistas, los tenemos metidos en casa, controlando todas las palancas del poder, y no vemos a ninguno de los partidos llamados "identitarios" protestar por ello. Son esos sionistas, el enemigo interno, los que promueven la inmigración, de todos los colores, para así implementar, en obediencia a la voluntad racista que los inspira, el proyecto del mestizo universal, figura alienada y sin raíces que sólo dejará intacto al Pueblo Elegido como raza separada y superior al resto de la Humanidad. «Toda esta fatalidad fue posibilitada únicamente por el hecho de que ya existía en el mundo una especie afín, racialmente afín, de delirio de grandeza: el delirio de grandeza judío. Desde el momento en que se abrió el abismo entre judíos y judeocristianos, a estos últimos no les quedó otra opción que emplear contra los judíos los mismos procedimientos de autoconservación aconsejados por el instinto judío, mientras que los judíos habían venido empleando hasta entonces esos procedimientos sólo contra lo no-judío. El cristiano es sólo un judío de confesión "más libre"» (Nietzsche, El Anticristo, 44).



Acostumbrados a ver niños palestinos lanzando piedras contra los tanques israelíes, y a la artillería o la aviación de Tel-Aviv masacrando impunemente pueblos y ciudades indefensas de la Franja de Gaza, resulta gratificante, debo reconocerlo, contemplar cómo una división acorazada del Tzáhal [acrónimo de las Fuerzas de Defensa de Israel] es destruída por Hezbolá (Líbano, verano de 2006). No otros son nuestros deseos para Israel. Que desaparezca ese Estado racista, epicentro y responsable de la inminente catástrofe.


La República Islámica de Irán es el único país del mundo que ha cuestionado la narración del "Holocausto" con que los sionistas oprimen a medio planeta, singularmente a los árabes de Palestina. Aunque no compartimos en absoluto la ideología del integrismo islámico y no querríamos ver la Sharia implantada en Europa, tenemos que reconocer la valentía de los guerilleros chiítas enfrentados a Israel y Estados Unidos. Nos muestran, estos héroes, un camino que los europeos debemos seguir, pero apelando a nuestra auténtica tradición cultural, que es griega, aria, no semita.

Son esos sionistas, el enemigo interno, los que promueven la inmigración, de todos los colores, para así implementar, en obediencia a la voluntad racista que los inspira, el proyecto del mestizo universal, figura alienada y sin raíces que sólo dejará intacto al Pueblo Elegido como raza separada y superior al resto de la Humanidad.


En efecto: si no estuviéramos invadidos, podríamos defendernos; pero observemos que el principal obstáculo con que topan los proyectos identitarios no son los inmigrantes sino los propios gobernantes autóctonos. Deberían, los políticos identitarios, preguntarse el porqué, pero reducen la cuestión a la banalidad de un problema personal, como si esta oposición de Europa a su propio identitarismo pudiera explicarse a partir de meros conceptos políticos, y encima de carácter electoralista. Resultaría, según esta versión superficial de la traición, que nuestros políticos promueven la invasión porque militan en tal o cual partido del sistema. Pero, ¿por qué contribuyen a la destrucción de su propio pueblo?. ¿No pertenecen ellos mismos a ese pueblo?. ¿Qué es "el sistema"?. Quizá los políticos pro-inmigración están comprados y es una cuestión de dinero. Bastaría así con relevarlos de sus cargos y problema resuelto. ¡Vótame y los quito de en medio!. No. La cuestión del colaboracionismo político oficial respecto de la invasión multiculturalista es mucho más profunda.

Si nuestros políticos son colaboracionistas activos de la invasión es porque existe una tradición cultural anti-identitaria profundamente arraigada en Europa y que va mucho más allá del mero mundialismo liberal. Se trata de un tema que los políticos identitarios, procedentes de forma masiva de la extrema derecha católica, quieren ignorar, de tal suerte que no dudan en colgar en los documentos estatutarios, por ejemplo, que sus formaciones obedecen al "humanismo cristiano" o frases similares. En consecuencia, no son conscientes del alcance de lo que implica en Europa la palabra "identidad", que nos llevaría a tener que dar un salto de milenios y a una reflexión filosófica de calado abismal. Dicho brevemente, cuando los políticos identitarios apelan a su celebérrima identidad y en seguida recurren a imágenes religiosas cristianas, están convalidando los supuestos culturales del colaboracionismo: todos los hombres son iguales, hijos de Dios y tienen derecho a la felicidad, al paraíso, por lo que deben comportarse entre ellos como hermanos. Sobre este fundamento cristiano, que es la raíz y sostén cultural del mercado mundial, no hay identitarismo que valga, ni defensa posible contra la invasión. La lógica de esta fe o ideología es la política de "apertura" al "invasor" perpetrada por las autoridades oficiales. Es esa "identidad", la cristiana, pero ya secularizada, la que hace posible el colaboracionismo. Criticar éste y declararse identitario cristiano es desbarrar, no ver o no tener el coraje moral de admitir cuál es la realidad de la presunta "identidad cristiana" y de dónde deriva la debacle demográfica de Europa. La "identidad cristiana" es la negación de toda identidad, es la no-identidad que hace posible la victoria mundial de la identidad judía.

Los partidos identitarios se dedican en exclusiva a criticar y cuestionar la inmigración islámica en lugar de poner en evidencia los mecanismos que generan la "oleada migratoria" en general, la cual incluye a personas de religión islámica, por supuesto, pero que ante todo es un proceso cultural justificado mediante la coartada de imperativos económicos e instigado por el gran capital, la derecha judeocristiana y las élites (filo)sionistas estadounidenses. Los identitarios europeos, empero, a pesar de la evidencia del origen liberal, burgués, derechista —y, por tanto, judeocristiano— de la importación de mano de obra barata multicultural, decláranse católicos y enarbolan una suerte de identidad religiosa autóctona frente a la inmigración musulmana. Olvidan que el términocatolicismo (oriundo de la palabra griega katolon, universal) nombra la primera forma del universalismo y, por tanto, la antesala histórica de la globalización capitalista.

Las sinagogas ya fueron, en el mundo antiguo, las playas de desembarco de la futura Iglesia apostólica romana. Con tales creencias alcanzó el irracionalismo fideísta (Tertuliano: credo quia absurdum est) a una sociedad que podría haber estado madura para la verdad, pero temió enfrentarse a ella. La historia de Occidente convirtiose así en el proceso de la instrumentación del concepto griego de racionalidad a manos de lo irracional, es decir, de la "esperanza", el "amor", la "felicidad" y conceptos eudemonistas análogos. Platón, siglos atrás, había preparado el terreno para la gran impostura influído por sectas órficas y pitagóricas de oriundez egipcia, pero sólo con el cristianismo adquirieron esas ideas azucaradas, propias de cobardes integrales, un peso social y político decisivo. El resultado fue la prostitución de la Razón a manos de la religión monoteísta abrahámica; la oposición existencial, cultural y política a que el proyecto de una comunidad de la verdad, iniciado en la Grecia democrática, heroica y trágica de Heráclito y Sófocles, culminara históricamente en forma de institución o entidad formal organizada.


Estos "cristianos patriotas" (una contradicción en los términos) olvidan también que los judíos llegaron el siglo pasado a Palestina como inmigrantes y terminaron expulsando a sus habitantes autóctonos, árabes musulmanes que en principio los habían acogido pacíficamente, siendo así que el Islam y el judaísmo comparten, como los propios cristianos, la presunta validez de "El Libro" (el estuche de "la esperanza" dulzarrona). Los sionistas desarrollaron sus perversos planes de usurpación territorial y genocidio esgrimiendo, por todo "argumento", unos escritos bíblicos milenarios inventados a posteriori por ellos mismos, textos que les otorgan la propiedad de la tierra en nombre de Dios, algo parecido a que los "moros" reclamaran Al-Ándalus apelando a su posesión histórica real (mucho más cercana en el tiempo, por cierto, que el mítico reino de David y Salomón). Si existe un ejemplo del dicho catalán, aplicado a los inmigrantes y tan utilizado en la actualidad contra los musulmanes, de fora vingueren que de casa ens tragueren ("de fuera vinieron y nos echaron de casa"), es el relato sobre los orígenes del actual Estado de Israel o de los Estados Unidos de Norteamérica.


El cristianismo no es europeo sino una religión oriental de procedencia hebrea. Este hecho está fuera de discusión, y quienes farfullan sobre un Jesucristo "ario" deberían acudir urgentemente al loquero. Un nacionalista católico no puede ser nunca un verdadero patriota, porque, para el creyente,Dios siempre se encuentra, desde el punto de vista axiológico, por encima de la nación. Ahora bien, ese dios supranacional... ¡es el dios judío!. Hay empero una nación a la que tal "dios" no pone por debajo de sí, una sola: la nación judía. La creencia judeocristiana constituye en fin, a mi entender, el primer estadio de un proceso secular, milenario incluso, conducente a la dominación sionista. Cuando todas las naciones se postren ante Dios, cuando los pueblos del mundo entero reconozcan que Dios (Yahvé) es más importante que la comunidad patria, ese dios se arrancará súbitamente la máscara y podremos contemplar el rostro de un judío de extrema derecha propietario del capital a escala global. Mas llegado ese momento, será ya demasiado tarde para los gentiles: las naciones se esfumarán disueltas por el ácido corrosivo de la mundialización capitalista teledirigida desde Tel-Aviv.


Un ejemplo significativo de lo dicho es Sabino Arana: nacionalista acérrimo, hasta el racismo, reconoce no obstante lo siguiente:


«Proclamo el catolicismo para mi Patria, porque su tradición, su carácter político y civil es esencialmente católico. Si no lo fuera, lo proclamaría también; pero si mi pueblo se resistiera, renegaría de mi raza; sin Dios no queremos nada» (Páginas de Sabino Arana, Madrid, Criterio, 1998, p. 33).

Las burguesías oligárquicas occidentales ya han renegado de su raza. Lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial, por razones —relacionadas con el fenómeno del "fascismo"— que ahora no vienen al caso. Esta confesión de Arana permite detectar el eslabón interno, espiritual, subjetivo, del proceso de transmutación colaboracionista, que se desarrolla en el interior de la "derecha católica" antes de desplegarse en sus formas secularizadas típicamente internacionalistas e "izquierdistas".


Sabino Arana es, al mismo tiempo que judeocristiano, un antisemita. Y ahí reside la clave de la victoria ultraderechista judía, pues quien trabaja para la idea judeocristiana promueve con el antisemitismo la cohesión interna de la etnia hebrea, una de las finalidades, si no la finalidad por excelencia, de la impostura racista del rabinato. Considera Sabino Arana que el pueblo vasco encarna, por su aislamiento del resto de los pueblos, una suerte de pureza originaria, no obstante lo cual se postra ante un dios judío. ¿Y qué tendrán que ver los vascos con los judíos?. ¿Deben los vascos adorar a un judío mientras al mismo tiempo rechazan a los judíos como pueblo y basan su identidad en un arcaísmo metafísico que no explica la procedencia exógena —o sea, no vasca— de la religión definitoria de esa misma identidad?. Podemos hacer extensiva esta pregunta a todos los nacionalismos conservadores. Estamos ante la contradicción clásica e insuperada del derechista católico. Nietzsche ha sido, una vez más, el agudo analista de estas incoherencias antisemitas, en tanto que consumación de las propias listezas judías:

«Con ese mismo fenómeno volvemos a encontrarnos una vez más, en proporciones indeciblemente agrandadas, pero sólo como copia: en comparación con el "pueblo de los santos", la Iglesia cristiana carece de toda pretensión de originalidad. Los judíos son, justo por eso, el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto posterior han falseado de tal modo la humanidad, que hoy incluso el cristiano puede tener sentimientos antijudíos, sin concebirse a sí mismo como la última consecuencia judía» (Nietzsche, El Anticristo, 24).




TESTIMONIO DEL PAPA


Pero quizá el testimonio de Sabino Arana no es suficiente y los católicos requieran de una evidencia más significativa que haga mención expresa del tema de la identidad. Pues bien, todos los católicos tienen que someterse ante el Papado como autoridad doctrinal suprema:


"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejecuta en nombre de Jesucristo (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma"(Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid, 1992, p. 31, § 85).


Si los fieles no se someten al Magisterio de la Iglesia, dejan de iure de ser católicos, pues esta imperativa aceptación de la infalibilidad papal forma a su vez parte inalienable de la profesión de fe apostólica y romana:

«Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf LG 12; DV 10). / La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de la infalibilidad en materia de fe y de costumbres (Op. cit., p. 212, § 889-890).


Veamos, pues, qué dijo el papa Juan Pablo II (promotor histórico post-holocáustico del acercamiento del Vaticano al Rabinato) respecto a la identidad judía de todo cristiano en cuanto tal. La fuente es un artículo del diario Le Monde del 2 de Noviembre de 1997 que resume un discurso papal de 31 de Octubre de 1997. La noticia fue recogida por Norberto Ceresole en su obra La Falsificación de la Realidad (1998):


«El vespertino francés Le Monde... publicó un artículo sobre el reciente simposio celebrado en el Vaticano, bajo el título "Juan Pablo II avanza un paso más hacia el arrepentimiento con respecto a los judíos. (El Papa) empieza a reconocer la especificidad de la Shoah(Holocausto)».


Este proceso culminaría en 2000 con la visita del Papa a Israel y la famosa carta incrustada en el Muro de las Lamentaciones donde, de alguna manera, reconoce la versión oficial del "Holocausto", sin matices. Prosigue Ceresole:


«Por la trascendencia del discurso papal, se transcribe a continuación un resumen exhaustivo. "El día en que los polacos comprendan que la "reina de Polonia" (María) es judía, habrá menos antisemitismo y un progreso en la teología cristiana". Esta "ocurrencia fuera de lugar" fue recogida en los pasillos del simposio sobre "Las raíces cristianas del antijudaísmo", por Le Monde. Ella "ilustra mejor que cualquier discurso la dificultad del examen de conciencia con que la Iglesia católica está comprometida", comenta Le Monde. Antes de elaborar el documento sobre la Shoah (holocausto) que el Papa había prometido a los judíos hace 10 años (y que debe entregar antes de que acabe el milenio), tiene que intentar convencer a su propio equipo de que el judaísmo y el cristianismo son parte de la misma historia y que el reconocimiento del pueblo judío como "pueblo elegido" por Diosforma parte de la identidad de cada cristiano. En su discurso de 31 de Octubre (de 1997), el Papa Juan Pablo II invitó a sus fieles (obispos, teólogos e historiadores) a esa "revolución mental"» (Ceresole, op. cit., Madrid, 1998, p. 383, n. 34).

¡Ha dicho "identidad de cada cristiano"!. Y esta identidad es la del Pueblo de Dios, ubicado por encima de las Naciones, es decir, de los pueblos ontológicos, existenciales, "reales"...


Con ello vemos establecida la siguiente cadena de mando divina entre los distintos pueblos: 1º, el Pueblo Elegido; 2º, el Pueblo de Dios; y 3º, el Pueblo Natural, la Patria, la Nación ontológica.


Ahora bien, si el reconocimiento del Pueblo Elegido como tal forma parte de "la identidad de cada cristiano", y encima los cristianos son miembros del Pueblo de Dios antes de serlo de su propio Pueblo Natural o Nación, ¿qué queda de la Patria en todo este discurso católico-universalista?. ¿Qué pasa con nuestra comunidad nacional?. Desde luego, para la comunidad nacional judía todo este planteamiento doctrinal constituye una auténtica victoria espiritual que anticipa futuras victorias culturales, económicas, políticas y hasta militares, contra los "gentiles". El Pueblo Elegido puede, gracias al cristianismo, es decir, gracias a la Roma ocupada ideológicamente por Pedro, incrustarse en la identidad de todos los pueblos como un pueblo diferenciado y superior, reducir a polvo la nación ontológica y, sin que a los no-judíos les quepa ni siquiera la posibilidad de integrarse en aquél, someterlos. Yacen así las Naciones en ese limbo que supone un Pueblo de Dios "intermedio", arrancado de su Patria originaria, pasado por la muela eclesiástica, pero subordinado al Pueblo Elegido. No hay mejor forma de describir el esqueleto teológico que fundamenta, desde el punto de vista de la irracionalidad religiosa derechista conservadora, la situación humillante de unos pueblos lanzados a la vorágine corrosiva del mercado mundial, pero, a la vez atenazados por una oligarquía transnacional que conserva, de alguna manera, su identidad nacional (hebrea) por encima del resto del género humano. 


El dios cristiano no es más que la hipóstasis conceptual del nacionalismo judío, la proyección metafísica de una voluntad de poder mil veces frustrada frente a Imperios más poderosos como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia o Roma... La dominación universalizada de Yahvé, el catolicismo real, constituye el requisito histórico de la dominación planetaria del liberalismo secular y del internacionalismo, es decir, de la hegemonía judía sobre el resto de las naciones del mundo. Sub-rayemos que de ese tropiezo descomunal ni siquiera se libran los islámicos que en Palestina y Líbano luchan valientemente contra Israel, porque Alá y Yahvé son el mismo dios, el dios de Abraham, tal y como lo reconocen los propios creyentes musulmanes. Desde luego, si no será el dios de los Evangelios, el cristiano dios, quien nos libere del sionismo mundializador, tampoco lo será el dios del Corán.


La superación del monoteísmo abrahámico no habría que buscarla razonablemente en ninguna de sus derivaciones. Luteranos, calvinistas, católicos, ortodoxos, chiítas, judíos, sunnitas... son, todas, ramas de un mismo tronco. El camino de la libertad europea sólo puede rastrearse ya en las sendas perdidas de Grecia. Mensaje que nos envió Heidegger a todos los patriotas europeos, pero que nadie ha entendido o querido entender en el denominado campo nacional-revolucionario, porque lo fácil y cómodo se ha impuesto a lo verdadero y menesteroso de esfuerzo, de auténtico heroísmo espiritual. Ahora bien, quien quiera vencer con la espada, primero deberá vencer con la idea o, en el mejor de los casos, los golpes de su tizona, sin ton ni son, derribarán puertas abiertas. En el peor, disparará a los niños de una escuela judía, la mayor estupidez y canallada que cometerse pueda en la lucha contra el sionismo.


Resulta penoso contemplar a esos patriotas europeos que, o bien se declaran cristianos, o bien nos proponen convertirnos al Islam porque Hezboládestruye eficazmente tanques Merkava. Existe una tercera versión: los "tradicionalistas" (evolianos) que apelan a la magia y al irracionalismo más ridículo y vergonzante para sentirse así, entre los cachivaches del chamán, genuinos europeos. La verdad es que casi ninguno de esos patriotas europeos puede llegar a serlo, porque desconoce en absoluto lo que realmente significa la palabra "Europa". Y mientras no recuperemos el sentido básico de nuestra verdadera identidad, que nada tiene que ver con el cristianismo (y su antisemitismo), no podremos luchar como lucha Hezbolá contra el invasor sionista. Ignoro a qué identidad pueden apelar los árabes si renuncian al Islam (no se encuentra antes de Mahoma otra cosa que el paganismo politeísta preislámico), pero sí sé que Europa porta en su interior unos valores que no la obligan a elegir entre el obsoleto panteón de Zeus y el teodéspota de Jerusalén.


Cuando afirmo que tenemos al enemigo metido en casa y que a base de protestar por la "invasión" islámica o inmigrante no vemos que somos ya un país ocupado, no estoy utilizando una metáfora. Todos los pueblos occidentales, todas las naciones de nuestro hemisferio, excepto Israel, que sí es soberana, se han convertido en países dominados por oligarquías transnacionales que trabajan al servicio de un poder extranjero. En Cataluña tenemos a la mafia catalanista. Esta gente "catalanista" pueden apellidarse Mas, Pujol, De Gispert o como quieran, pero no son patriotas catalanes ni en estado de coma etílico, sino sólo miembros de una oligarquía local transnacional y filo-sionista que labora de forma consciente y sistemática para la destrucción del pueblo catalán. Existen pruebas aplastantes de ello en la mayoría de los ámbitos de la actividad política. Casualmente, esos traidores son todos católicos y de derecha, burgueses de la zona alta de Barcelona, incluso cuando hablamos de las "progresistas" gentes del PSC [Partido de los Socialistas de Cataluña]. Cada uno de tales personajes, sin excepción, ya militen en la "Izquierda", ya en el "nacionalismo conservador", han estudiado en las mismas escuelas de élite religiosas, en muchos casos jesuítas.


El problema de la Izquierda no es su izquierdismo sino su naturaleza solapadamente derechista, maquillada para controlar a los sindicatos (previamente comprados) y mejor manipular así a los trabajadores. Catalanes de apellido, presuntos nacionalistas o catalanistas e incluso nauseabundos pijoprogres, los oligócratas obedecen al lobby enemigo de todas las naciones (excepto Israel); sométense gustosos, tales pseudo patriotuchos de teatrillo, ante un poder universal, pero oculto a los ojos de la ciudadanía, que ellos conocen empero muy bien. Ahora bien, dicha traición a la nación no es casual, ni el resultado de una decisión personal abyecta aunque puramente individual, sino un acto que brota de forma espontánea de una determinada ideología: el catolicismo, el cristianismo en general, combinado con los factores y elementos sociológicos estructurales inherentes a la burguesía capitalista (la "derecha"). Tales creencias "religiosas" en su contexto social, algo muy evidente, por ejemplo, en el calvinismo, son ya ideología transnacional antes incluso del advenimiento histórico de la oligarquía sionista, tanto como lo fueran el comunismo o el anarquismo, mera secularización (Nietzsche dixit) de la idea cristiana del "reino de Dios" en un contexto social muy diferente.


Los patriotas europeos tenemos el deber imperioso de reconstruír nuestra identidad, pero semejante tarea no será nada fácil. Esa identidad no es un dato evidente, accesible a una mirada ingenua, sino algo por lo que habremos de luchar, en primer lugar contra nosotros mismos. No es por azar que los europeos hayamos sido vencidos y avancemos velozmente hacia nuestra extinción étnica y cultural. El enemigo no sólo está metido en casa, como digo, desde hace siglos conspirando para la destrucción de la nación, sino que el enemigo está en nuestras propias almas toda vez que doblamos la rodilla ante un judío llamado Jesús y admitimos que ese personaje es el hijo de Dios. El día en que nuestros antepasados se postraron como creyentes bíblicos, la derrota era ya sólo cuestión de calendario, aunque hubieran de pasar siglos hasta la consumación del destino. Y hogaño parece llegada la hora. Tiempos mesiánicos: a nuestra generación le corresponderá quizá el privilegio de conocer el desenlace de un fraude milenario que comenzó en el Gólgota.


La sociedad europea sabe, es consciente, hoy, de que atravesamos una situación límite, de que estamos siendo agredidos por fuerzas procedentes del exterior, que hay que defender "lo de dentro" (intra); pero el aspecto más ridículo de todo el asunto es que ni siquiera sabemos cuál es nuestro enemigo, hacia qué dirección descargar los golpes o ejercer esa defensa... Algunos quieren luchar, pero... ¡contra el Islam!. ¡Salvemos —dicen— las tradiciones católicas!. El pesebre como arma de lucha identitaria. En Wall Street deben de reírse mucho de esos "patriotas"... (Desde luego, el verdadero enemigo puede dormir tranquilo). Cuando se ignora qué es lo que hay que atacar para vencer, para salvarse en este caso, ese "qué" lo tiene todo muy a su favor. Ha triunfado ya de antemano sin tener que esperar a la batalla. Ni siquiera habrá batalla, porque sus adversarios no habrán podido reunir un triste ejército de defensa. Y nosotros, europeos, estamos en tal situación de desorientación total nada menos que con respecto al cristianismo y al crucial problema de la identidad patria.


Los guerreros de Hezbolá aciertan, sin duda, cuando destruyen un tanqueMerkava del criminal ejército israelí. Pero se trata de un acierto puramente casual, siendo así que en sus propias mochilas chiítas portan inscripto el mensaje genocida de Yahvé. La destrucción de Israel no consiste en el asesinato masivo de sus habitantes (con que coincidirá, mucho me temo, la llegada del "mesías"). El enemigo son, en primer lugar, unas ideas, no unas personas. Para defenderse del Tzáhal primero hay que haber confutado —más todavía: superado interior y espiritualmente— esas ideas. Cuando un loro emite el ruido "dos y dos son cuatro", acierta, dice la verdad, pero no sabe por qué dice lo que dice. Repite unos sonidos carentes de significado. Cuando el creyente de una religión abrahámica destruye un tanque Merkava, aunque desde el punto de vista humano y militar se trate de un acto encomiable que, repito, desde aquí saludamos con simpatía, ese luchador deja inmune el arma letal, la idea; no sólo eso: en la medida en que no es capaz de identificarla, no se identifica a sí mismo y refuerza con su desconocimiento la causa adversaria. Destruír un tanque israelí en nombre del dios de Abraham, no parece, en efecto, tener mucho sentido. Los islámicos son, en todos los ámbitos de la política internacional, un juguete de la gran operación de mundialización sionista. Pero no perdamos de vista la evidencia: los regímenes musulmanes más integristas, como el de Arabia Saudí, son fieles aliados de Estados Unidos.


Al-Qaeda, la procedencia familiar y política misma de Bin Laden, su utilización descarada para justificar las guerras imperialistas del sionismo, deberían enseñarnos que estaremos muy lejos de poder derrotar al enemigo en el terreno material —destruír el tanque Merkava— mientras no detectemos de forma exacta y rigurosa cuál —y no quién— es el enemigo ideológico a refutar. La línea divisoria pasa por el interior de cada uno de nosotros. La victoria requiere una "revolución mental": la conversión al valor-verdad.–

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