
Si tenemos en cuenta que muchos de los crímenes referidos, por no decir la mayoría, se cometieron después del juicio de Nüremberg y en plena vigencia de la normativa de derechos humanos que se aplicó retroactivamente a los nazis; si se considera, con horror, que en el mismo momento en que se estaba juzgando y colgando de una soga a los dirigentes nacionalsocialistas por haber vulnerado unas normas que no regían cuando se cometieron los supuestos crímenes fascistas algunos de ellos, inexistentes; otros, exagerados, pero todos reactivos a los crímenes contra la humanidad y genocidios de los vencedores, se estaba aplicando el plan Morgenthau y, alrededor de los patíbulos de Nüremberg, perecían de hambre a millones de civiles alemanes de forma planificada, deliberada, mientras unos fariseos con toga de juez clamaban en nombre del "bien"; si tenemos en cuenta, en fin, que algunos de estos genocidios se producen bien entrados los años sesenta por ejemplo, los ligados a la Revolución Cultural china, lo que no ha provocado reacción alguna de las instituciones internacionales de derechos humanos que, en cambio, mantenían aislado al régimen racista de Sudáfrica, pese a no haber cometido genocidio alguno, nos damos cuenta de que vivimos en un mundo orwelliano, el mismo que se describiera en la novela 1984. Porque George Orwell no habla allí de nazis, como la correspondiente película de Hollywood quiere hacernos creer sustituyendo a Stalin por Hitler, sino del mundo de la posguerra, matriz de un sucio presente plagado de atroces mentiras. Y este es el problema moral e intelectual más importante de nuestro tiempo. Una cuestión que debería reclamar la atención de todos, especialmente de escritores, filósofos, artistas, periodistas, ensayistas y demás morralla con gafas y cigarrito colgando de la boca con aire transgresor, quienes, sin embargo, pese a su supuesto "criticismo ilustrado", no dejan ni un momento de repetir como zombies programados los mantras del antifascismo.
Casi todas las personas que en la actualidad se alimentan de la cultura y de los medios de comunicación del "antifascismo socioliberal filosionista" han nacido en una época en que la oligarquia había ya empezado a reescribir la historia o justamente en la fase de transición los años 60 hacia una sociedad en que Auschwitz monopolizaría el centro del espacio público. Nos hemos acostumbrado a la impostura, la cual, por otro lado, sigue una curva ascendente en su peso mediático, educativo y cultural a medida que nos alejamos del hecho histórico a la que originariamente remite en teoría unos edificios reconstruidos, supuestas cámaras de gas, en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia.
No obstante, podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema:URSS, 20 millones de muertos. China, 65 millones de muertos.Vietnam, 1 millón de muertos. Corea del Norte, 2 millones de muertos. Camboya, 2 millones de muertos. Europa oriental, 1 millón de muertos. América Latina, 150.000 muertos.África, 1,7 millones de muertos. Afganistán, 1,5 millones de muertos. Movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder, una decena de millares de muertos. El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos.
Este cálculo se encuentra en la página 18 de la primera edición del libro y representa una avance histórico de enormes consecuencias en el logro de la verdad (y quizá, en un futuro, de la justicia), puesto que la mayoría de estas personas fueron acusadas de "fascistas" antes de ser exterminadas, un aspecto de la cuestión que acostumbra a silenciarse, por supuesto, pero que el análisis de los hechos no podrá ocultar indefinidamente.La conclusión es que el antifascismo, que suma las víctimas del comunismo y las del proyecto genocida angloamericano contra el pueblo alemán (1941), finalmente perpetrado (1942-1948), constituye la corriente doctrinal de efectos más criminales en la historia. Pese a ello, el "fascismo" se sigue considerando el "mal absoluto" de forma "oficial", a pesar de que fue este "argumento" el que legitimó las enormes atrocidades de masas de los antifascistas. Y sigue siendo efectivo para silenciar las voces disidentes y las de todos aquéllos que claman contra los abusos del sistema oligárquico imperante.
Menos sorprendente es la pasividad de la gran masa manipulada. Pese a que basta una simple constatación y cruce de datos, fechas y números para llegar a las conclusiones a las que el autor de este blog ha llegado, el efecto psicológico de decenas de miles de programas de televisión y películas de Hollywood -que neutralizan toda lógica en seres educados sólo para el trabajo y el consumo-, pese a tratarse de pura ficción, basta para anular las consecuencias vinculantes de la más palmaria evidencia respecto de personas que no ostentan títulos universitarios, ni son investigadores, ni disponen del tiempo y las fuerzas para contrastar documentación, o siquiera para comprar los centenares de libros que este tipo de tarea requiere. En suma, la pasividad era de esperar y no pueden exigirse responsabilidades a esta clase mayoritaria de ciudadanos. Pero, ¿qué pasa con quienes sí contaban con los medios materiales y las condiciones incluso profesionales lo que no es mi caso para saber y actuar? Dichos intelectuales no podían ser manipulados por la obscena propaganda de la oligarquía a menos que ellos se dejaran manipular por interés (autocensura). Pese a lo cual, han callado. Y esta gran traición a la verdad por parte de la intelectualidad es la que explica la pasividad de las gentes comunes, pues para ellas la fuente de información son los medios de prensa y la cultura de masas el cine y literatura, cuyas mentiras propagandísticas convalida el cobarde silencio de los especialistas, profesores y pensadores que están en el secreto pero miran hacia otro lado a fin de conservar como sea sus poltronas varias, puestos, becas y plazas docentes.Uno de los argumentos más utilizados para dejar impunes los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial es el de la intencionalidad homicida de las atrocidades nazis, que las haría cualitativamente distintas a aquéllos. Los exterminios "fascistas" serían "peores" porque desde el principio, pasara lo que pasara, Hitler habría decidido asesinar a los judíos. En este contexto torticero, encuéntranse todo tipo de excusas para quitar importancia a los asesinatos en masa del comunismo y de los aliados anglosajones. En el caso del comunismo, se trataría de meros "excesos" realizados en nombre de un ideal políticamente correcto. En el caso de carniceros como Churchill o Roosevelt, los delitos fueron cometidos como respuesta a la intrínseca maldad del Tercer Reich. Sin embargo, basta cruzar unas cuantas fechas y datos para demostrar que se ha puesto el carro delante del caballo. O, dicho con otras palabras, que los grandes delitos genocidas del "fascismo" son todos ellos, sin excepción, reactivos, mientras que los crímenes en masa de marxista-leninistas y aliados cristiano-liberales se realizan por propia iniciativa -obedecen a la dinámica interna de la modernidad humanista- y se consuman antes de que se puedan achacar al adversario actuaciones equiparables. Además, los grandes exterminios perpetrados por los vencedores son siempre planificados, intencionales e implican al Estado en su conjunto, es decir, hasta las más altas esferas de decisión, en su ominosa comisión. Pero sobre los equivalentes nacionalsocialistas abríganse serias dudas al respecto corriente funcionalista.
Un ejemplo de lo que decimos es la frase pronunciada por Zinoviev en septiembre de 1918, en la que se admite sin ningún tipo de embozo la intención de exterminar a 10 millones de ciudadanos rusos:Para deshacernos de nuestros enemigos, debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado digamos a noventa de los cien millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados (Zinoviev, Grigori, "Severnaya Kommun", nº 109, 19 de septiembre de 1918, p. 2, citado por Vidal, César, Checas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto, Madrid, Belaqua, 2003, p. 281).
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