..Una vez más..los perros judíos metidos en todas las mierdas habidas y por haber...

jueves, 2 de mayo de 2013

Decreto de Dios: argumento judío para expulsar a familias palestinas

La disputa política por Jerusalén se traduce en dramas familiares, invariablemente para los palestinos. Con las nuevas leyes impuestas por los ocupantes, los palestinos tienen que desalojar sus viviendas o compartir porciones de ellas con los colonos judíos. “Ningún palestino se merece la soberanía sobre ninguna parte de esta tierra; ésta no es tierra palestina soberana; ésta es tierra ancestral judía”, entre los “argumentos” que esgrimen los colonos israelíes para desalojar a los árabes. Filistin Hamdallah parece desorientada, caminando entre los muebles diseminados por el patio. A primera vista pareciera que se va a mudar, pero la ropa recién lavada y colgada en alambres muestra que esta palestina y su familia no tienen intenciones de abandonar su casa en la Jerusalén oriental.

Su relación con los vecinos judíos es un ejemplo de lo fuertes que pueden ser las divisiones en Jerusalén.

Hace dos semanas se instalaron colonos, escoltados por policías israelíes. “El Tribunal Distrital dictaminó que a los judíos les corresponde expulsarnos de partes de nuestra casa”, relata Hamdallah, madre de cinco hijos.

“Esta casa nunca les perteneció a ellos”, replica Yishai Fleisher, un vecino judío de Ma’aleh Ha-Zeitim, un complejo fortificado adyacente.

“Ellos la robaron y nosotros los estamos expulsando. Somos titulares de derechos sobre esta propiedad”, asegura.

Cuando judíos y árabes libraron la primera lucha de su histórico conflicto por la soberanía de la ciudad, durante la “Guerra de la Independencia” de Israel (1948), Jerusalén oriental (que incluye la parte antigua) fue conquistada por Jordania.
Los judíos residentes en Jerusalén oriental fueron obligados a evacuar sus hogares y a mudarse a la zona occidental de la ciudad, entonces controlada por el naciente Estado.

Posteriormente, el lugar sobre el que se yergue la polémica casa fue inscrito en el Buró de Registro de Tierras de Jordania. En 1952, las autoridades jordanas concedieron a los Hamdallah derechos de propiedad por haberlo ocupado antes.

En junio de 1967, cuando Israel capturó la parte oriental de la ciudad, impuso unilateralmente sus leyes, jurisdicción y administración a los barrios palestinos. Pero la comunidad internacional nunca perdonó que el Estado judío anexara de facto Jerusalén oriental.
Desde entonces, en el centro histórico de la Ciudad Santa y en los barrios palestinos circundantes, organizaciones judías derechistas libran una batalla por la tierra y las propiedades abandonadas por los judíos en 1948, sirviéndose de las leyes israelíes.

En 1990, Irving Moskowitz, un magnate judío estadunidense, compró la propiedad –“legalmente”, según las ordenanzas israelíes– a centros judíos de enseñanza religiosa.

A su vez, esas organizaciones habían comprado durante el régimen otomano la tierra en que ahora se ubica la controvertida casa, mucho antes de la creación del Estado de Israel. En 1967 presentaron una demanda. A consecuencia, el Tribunal Distrital declaró nulo y sin efecto el registro jordano de tierras.

En 1992, los emisarios de Moskowitz presentaron una petición para desalojar a los Hamdallah. En 2005, el Tribunal falló que la familia palestina podía permanecer en partes de la casa construida antes de 1990. Mientras, los Hamdallah sostenían que tenían derecho a quedarse en todo el edificio.
Luego de años de discusiones judiciales, se confirmó el veredicto y, a comienzos de este mes, finalmente se pidió a los Hamdallah que evacuaran un depósito anexo de 15 metros cuadrados y una pequeña casa de dos habitaciones que integra la propiedad.

Ahora, la estructura dividida debe ser compartida con inquilinos judíos que integran un grupo de colonos apoyado por Moskowitz.

“Tengo enojo y miedo. Miedo de que se queden con toda la casa; nosotros no tenemos un segundo hogar. Miedo por los niños. ¿A dónde irán?”, plantea Filistin Hamdallah.

Su cuñada, esposo e hijo ya abandonaron la casita de dos ambientes en la que vivían, y se mudaron a otro barrio.

“Ellos hacen lo que quieren”, interviene el camionero Khaled Hamdallah, esposo de Filistin. Al mostrar un sendero sucio que conduce al bungalow dice: “los niños tienen prohibido circular por allí”.

En el patio hay apostado un guardia de seguridad las 24 horas del día, los siete días de la semana.

Los otros 12 miembros de la familia palestina extendida tienen prohibido traspasar el territorio ahora delimitado por una valla insignificante –instalada por los colonos que todavía no ocuparon su parte de la casa– y que señala una frontera anodina tras la pálida sombra de un par de árboles. Pero las buenas vallas no necesariamente hacen buenos vecinos. Aquí, residentes palestinos y colonos comparten en igual medida el sentimiento de estar rodeados y sitiados por el otro.

“A los colonos no les hablamos. Está prohibido acercarse a ellos. Si ocurre algo, ellos llaman a la policía”, señala Khaled Hamdallah.

Fleisher sostiene: “Vivimos con las defensas en alto contra quienes perjudican nuestros derechos. Así es como vivimos en Jerusalén oriental. Si aquí uno se comporta como un mariquita [sic], lo aplastan como a un insecto”.

La edificación, de un piso, está flanqueada por tres lados por Ma’aleh Ha-Zeitim. Desde 2003, unas 90 familias judías se han mudado al asentamiento residencial construido por Moskowitz.
La reciente intrusión es parte de un programa más amplio para expandir Ma’aleh Ha-Zeitim, que ya es el asentamiento más grande dentro de barrios palestinos en Jerusalén oriental.

“Nuestros motivos están claros. Queremos colonizar la tierra de Israel, recuperar Jerusalén, reafirmar la soberanía judía aquí, liberarla de las personas que la han tomado ilegalmente. No nos vamos a ninguna parte. Tenemos poder de permanencia”, explica Fleisher, desde su balcón.

Y desde su balcón no sólo se ven los disputados sitios sagrados judíos y musulmanes, ni sólo el antiguo cementerio judío ubicado en las laderas del bíblico Monte de los Olivos. Tres pisos más abajo, un club social palestino afiliado al partido Fatah bulle de actividad. “Lamentablemente, creo que algunas de las ideas que les inculcan allí a los jóvenes no son buenas para su futuro”, dice Fleisher.

“Ningún palestino se merece la soberanía sobre ninguna parte de esta tierra. Ésta no es tierra palestina soberana; ésta es tierra ancestral judía”, asegura el hombre.
“Libramos guerras para demostrar nuestra determinación. Combatimos enemigos. Continuaremos luchando en tribunales”, agrega.

“Pero no estamos aquí para desalojarlos a todos”, advierte.

No a todos. Otros barrios palestinos que antes de la creación del Estado de Israel también estaban habitados por judíos se han vuelto presa de emprendimientos similares. Esto pone en peligro la perspectiva de llegar a una solución de dos Estados, por lo menos en lo que respecta a Jerusalén.

“¿Jerusalén oriental, capital de un Estado palestino? ¡Qué idea suicida!”, exclama Fleisher.
Soldados israelíes, implacables ante niños palestinos. Como todo ejército de ocupación, el israelí en Palestina somete a quienes lo cuestionan… aun y cuando sean infantes, que no llegan a los nueve años de edad, armados con piedras. Breaking the Silence, organización no gubernamental, documenta casos de violaciones a los derechos de los niños cometidos contra menores palestinos por efectivos de uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Jerusalén. Tropas israelíes persiguen a un niño palestino en una aldea de la Cisjordania ocupada. “Está a 2 metros de distancia, y el jefe de la compañía amartilla el arma y le apunta a la cara. El niño se arroja al piso llorando y rogando que no lo maten”, afirma un testimonio militar.
“Es ese tipo de incidente gris, no tan terrible”, continúa el reporte de un sargento israelí. “Porque esos niños realmente arrojan piedras y eso es peligroso; no es que vayamos a herirlos de verdad. Supongo que para ellos es una experiencia muy amedrentadora, pero la situación es complicada.”

El año es 2007. El relato del sargento es uno de los 47 testimonios recolectados entre más de 30 militares de Israel que prestaron servicio en los territorios palestinos ocupados entre 2005 y 2011.

Titulado Niños y jóvenes. Testimonios de soldados 2005-2011 (Children and youth-soldiers’ testimonies 2005-2011), el folleto de 71 páginas acaba de ser publicado por la organización no gubernamental Breaking the Silence (que en español se traduce como Rompiendo el Silencio).

Este grupo, fundado en 2004 por veteranos israelíes que combatieron la segunda Intifada (alzamiento palestino) que se desarrolló entre 2000 y 2005, se dedica a documentar la vida cotidiana de las zonas ocupadas y sometidas a militarización a través de las experiencias que los propios soldados tienen en sus rondas diarias.
Con el fin de sensibilizar a los estudiantes de secundaria que el año próximo se incorporarán al Ejército, la organización planifica distribuir copias del informe a las puertas de los colegios de Jerusalén y Tel Aviv. El año escolar comenzó el 20 de agosto.

“La infancia israelí goza de la protección de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, de la cual este país es signatario, pero la palestina crece sin ese paraguas”, afirma el prefacio.

“Ese niño específico, que realmente permanece en el suelo rogando por su vida, tiene nueve años”, subraya el mismo sargento en su testimonio. “Pienso en nuestros niños de nueve años… ¿Un niño debe rogar por su vida? ¿Se le apunta con un arma cargada y él debe suplicar piedad?”.

“Pero si no hubiéramos entrado a la aldea, al día siguiente habrían seguido arrojando piedras y quizás alguien resultara herido o muerto”, justifica.

“¿Y pararon las piedras?”, pregunta el entrevistador de Breaking the Silence. “No”, es la lacónica respuesta.

Los hechos descritos en este folleto ocurrieron en circunstancias de tranquilidad, luego de que cediera la Intifada. Sin embargo, los testimonios exponen que el racismo, el abuso, la violencia, los asesinatos y las heridas de niños y adolescentes palestinos, incluso “no intencionales”, continuaron en las mismas proporciones.

Breaking the Silence se debatió en dudas sobre si exponer o no a los estudiantes israelíes a la realidad descrita tan gráficamente en el informe, reconoce Avner Gvaryahu, un exsoldado devenido activista, cuyo propio testimonio se incluye en el folleto en forma anónima, como todos los demás.

“Si tienes la edad suficiente para enrolarte y cargar un arma, tienes la edad suficiente para saber qué pasa realmente en los territorios”, argumenta en entrevista con Inter Press Service (IPS).

Y los niños palestinos tienen suficiente edad, o eso parece, para ser arrestados a punta de pistola, acosados y humillados, golpeados hasta hacerlos papilla y usados como escudos humanos contra otros palestinos, esto último a pesar de un fallo contrario de 2002 emitido por la Corte Suprema de Justicia de Israel.

“Al principio, no te sientes bien cuando apuntas tu arma a un niño de cinco años, y te dices que no es correcto”, expone otro soldado. “Pero eso cambia cuando entras a un poblado y te arrojan piedras”.
En otro incidente mencionado en el informe, el comandante de una compañía registra a un muchacho de 12 años, lo obliga a ponerse de rodillas, le grita amenazas “como un loco”, con el fin de intimidar a otros adolescentes que arrojan piedras a las tropas.

“Ese chico lloró y se hizo pis en los pantalones […], parecía una escena salida de una película sobre Vietnam”, describe el soldado. “Yo sabía que era una amenaza falsa; el hombre es un oficial, después de todo, y no creo que un oficial hiciera algo así”.

Finalmente, un anciano de la aldea persuadió al comandante de liberar al muchacho. Al día siguiente, dos cocteles molotov fueron arrojados a vehículos que pasaban por la cercanía. “Por lo tanto, no habíamos hecho nuestro trabajo”, concluye el soldado. “Y uno se pregunta en definitiva cuál es ese trabajo”.

La mayor parte de la juventud israelí es educada en un sistema, tanto familiar como escolar, que elogia los valores morales intrínsecos del Ejército y rara vez cuestiona sus operaciones de rutina o el deterioro ético que ésta causa en los soldados.

La seguridad nacional es casi siempre prioritaria. Las escuelas exaltan el patriotismo, el coraje y el sacrificio. Los activistas insisten en que una actitud de cuestionamiento moral podría preparar a los futuros conscriptos para que combatan la indiferencia y la crueldad desplegadas por sus camaradas de armas.

El Ejército sostiene que el informe es tendencioso, y argumenta que Breaking the Silence no consultó su contenido con la institución, y por lo tanto es imposible una investigación militar de potenciales abusos de derechos humanos o incluso de crímenes.
“La negativa de la organización de entregar el contenido a las autoridades indica sus verdaderos motivos: generar publicidad negativa contra el ejército y sus efectivos”, sostiene un portavoz militar.

Los activistas rechazan la acusación, y aseveran que ellos apoyan al ejército pero, al mismo tiempo, comparten la convicción de que los estudiantes deben ser informados antes de sumarse al servicio militar.

Desde su fundación, Breaking the Silence ha reunido testimonios de más de 800 militares: “Somos una sociedad que se nutre de valores familiares y educativos, pero el Ejército trata a los niños palestinos de otra manera”, dice su directora ejecutiva, Dana Golan. “Cada reporte presenta historias de maltrato infantil; cada historia es un golpe en el vientre”.

Golan es consciente de que algunos adolescentes van a ignorar el folleto. Pero con que lean apenas una historia, el objetivo de la organización se habrá logrado, dice a IPS.

“El propósito fundamental es crear un debate público sobre el costo moral que la sociedad israelí está pagando por una realidad en la que soldados jóvenes enfrentan día a día a una población civil y la dominan”, sostiene el prefacio del folleto.

Las discusiones morales abundan entre los israelíes. El mes pasado, en el centro de Jerusalén, tres adolescentes palestinos fueron casi linchados por un grupo de pares israelíes de entre 13 y 19 años. El incidente despertó abundantes condenas y actos de contrición.

Sin embargo, nadie abriga la ilusión de que este mea culpa colectivo ponga fin a los abusos de la ocupación. Después de todo, la mayoría de los israelíes están aún convencidos de que los asiste la razón moral frente a sus vecinos palestinos, aun cuando, parafraseando el refrán, sus buenas intenciones acaben empedrando el camino al infierno y no a un futuro de paz.                           Fuente :
    Contralínea

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